Saltar al contenido
Bienvenidos
Experiencias únicas
Volver al blog

Carta abierta de una comensal: lo que me llevé de SOM no cabía en una copa

Carta abierta de una comensal: lo que me llevé de SOM no cabía en una copa

ESPAÑOL

Carta abierta de una comensal: lo que me llevé de SOM no cabía en una copa

No suelo escribir sobre los lugares donde ceno. Pero algo en SOM se me quedó adentro.
No fue solo el pox (aunque ese Dondante con cacao me hizo cerrar los ojos).
Fue algo más.

Llegué sin saber qué esperar. Me senté en la mesa, pedí una cata. Me ofrecieron agua, tortilla caliente, contexto. Me hablaron del maíz como si fuera un dios.
Y de repente entendí que no venía a comer, sino a escuchar con el cuerpo.

 


 

La primera copa: pulque destilado

Sabía poco. Lo probé. Era como si alguien me hablara en una lengua que conocía pero no recordaba. Ácido, suave, mineral, como barro bajo la lluvia. Me dieron una cucharadita de mole con hoja santa.
No hablé por un minuto.
Solo sonreí.

 


 

La segunda: charanda con historia

De Michoacán, con jugo de caña, tierra roja, fuego lento.
El ron que no sabía que México tenía.
“Esto es volcán en reposo”, me dijeron.
Y así se sentía.

 


 

La tercera: sotol de víbora

No sabía si era un chiste o un reto.
Me lo sirvieron con seriedad. Seco, herbal, filoso.
Como un desierto que cruje de noche.
No me gustó al principio. Pero volví a él.
Y en la tercera probada, me enamoré.

 


 

Entre copa y copa, pasó algo raro

No había música alta.
Solo un sonido de fondo como de lluvia lejana y cuchillos cortando limón.
Los meseros sabían cuándo acercarse y cuándo no.
El chef salió un momento y saludó sin hablar.
Todo era… ritual sin ceremonia.
Cuidado sin pretensión.

 


 

Me fui con una botella de pox. Y algo más.

Un sabor nuevo en la boca. Un respeto distinto por lo que se bebe.
Y la sensación de que hay lugares donde se sirve con alma.

Gracias, SOM.
Volveré.
Con más tiempo.
Y menos prisa.

 


 

ENGLISH

An Open Letter from a Guest: What I Took from SOM Couldn’t Fit in a Glass

I don’t usually write about the places where I eat. But something about SOM stayed with me.
It wasn’t just the pox (though that Dondante with cacao made me close my eyes).
It was something deeper.

I came in not knowing what to expect. Sat down, asked for a tasting. They brought me water, warm tortillas, context. They spoke of corn as if it were sacred.
And suddenly I realized I wasn’t there to eat, but to listen—with my whole body.

 


 

First pour: pulque distillate

I didn’t know much. I tried it. It felt like someone speaking to me in a forgotten language. Acidic, soft, mineral—like clay in the rain. They gave me a spoonful of mole with hoja santa.
I didn’t speak for a minute.
I just smiled.

 


 

Second: charanda with story

From Michoacán, made with fresh cane juice, red soil, and slow fire.
The rum I didn’t know Mexico had.
“It’s like a resting volcano,” they said.
And that’s exactly how it felt.

 


 

Third: rattlesnake sotol

I wasn’t sure if it was a joke or a dare.
They served it with care. Dry, herbal, sharp.
Like a desert cracking at night.
Didn’t love it at first. But I returned.
And by the third sip, I was hooked.

 


 

Something strange happened between pours

No loud music.
Just background sounds—rain, knives slicing citrus.
The staff knew when to approach and when to give space.
The chef came out briefly and nodded without words.
It was all… ritual without ceremony.
Care without ego.

 


 

I left with a bottle of pox. And something else.

A new taste on my tongue. A deeper respect for what we drink.
And the sense that some places serve with soul.

Thank you, SOM.
I’ll be back.
With more time.
And less rush.